Profesores y directores: los soldados de la educación a quienes hemos dejado sin confianza

El problema de fondo

Uno de los mayores males de nuestro sistema educativo no es solo la falta de recursos, ni siquiera la mala planificación: es la desconfianza hacia los profesionales que sostienen el aula día a día. Profesores y directores, que deberían tener margen para liderar, innovar y acompañar a sus estudiantes, están cada vez más atrapados en controles interminables, reportes y procedimientos administrativos que los sofocan.

¿Dónde quedó la autonomía profesional?

En cualquier otra profesión —médicos, ingenieros, abogados— la sociedad deposita un grado de confianza en su criterio y formación. Sin embargo, en el caso de los educadores, parece que partimos de la sospecha permanente: cada decisión debe documentarse, cada acción verificarse, cada minuto registrarse.

¿Cómo es posible que un profesor universitario, con años de formación, o un director escolar con experiencia en gestión, estén sujetos a más papeleo que libertad pedagógica? La burocracia ha reemplazado la confianza, y en ese cambio hemos debilitado la esencia de la enseñanza.

Profesores y directores: soldados sin respaldo

Los informes recientes sobre el estado de la educación lo confirman: no hay sistema educativo sólido sin profesores y directores empoderados. Ellos son los soldados en la primera línea de la batalla por el conocimiento y el futuro de nuestros jóvenes.

Pero, en lugar de apoyarlos, se les recarga con trámites que nada tienen que ver con enseñar ni dirigir. Así, el tiempo que debería usarse en preparar clases, atender a estudiantes, acompañar a familias o impulsar proyectos, se consume en cumplir requisitos que solo alimentan la máquina burocrática.

Recuperar la confianza como política pública

Si Costa Rica quiere revertir su crisis educativa, necesita un cambio de mentalidad: pasar de una lógica de control a una lógica de confianza. Confiar en que los docentes saben enseñar; confiar en que los directores pueden liderar; confiar en que el verdadero indicador de calidad no está en el papeleo, sino en el aprendizaje y la formación de los estudiantes.

Eso no significa ausencia de evaluación o transparencia. Significa que los mecanismos de rendición de cuentas deben ser razonables, proporcionales y útiles, no un castigo disfrazado de control.

Cierre: liberar para educar mejor

La educación no se construye desde una oficina con formularios, sino en el aula con personas reales. Cada hora que un profesor dedica a llenar planillas en lugar de enseñar, es una hora perdida para un estudiante. Cada control innecesario impuesto a un director es una oportunidad menos de fortalecer la comunidad educativa.

Si de verdad queremos recuperar la calidad educativa, debemos devolver confianza y autonomía a quienes están en la primera línea. Apoyarlos, no sofocarlos; empoderarlos, no vigilarlos. Los soldados de la educación necesitan libertad para cumplir su misión: enseñar, formar y abrir caminos de futuro para Costa Rica.

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